Todos recordamos ciertos momentos de
nuestra vida con detalle, todos tenemos pequeños instantes grabados en la
memoria, todos hemos vivido tan intensamente algún periodo de nuestra
existencia que nunca vamos a deshacernos de los recuerdos que han conformado
esa etapa. Y la infancia es una de ellas, es una de las épocas con más
importancia en nosotros, son los años en los que nos vamos convirtiendo en
quiénes somos hoy.
No sé si será por haber ido a buscar a
mis primos al cole esta tarde, no se si será porque uno de ellos me ha dado una
chuche y me he transportado a mis 11 años. No sé si será por las niñas de la
casa de al lado que están ahora mismo llorando como si no hubiera un mañana o
si será por algo que escribí esta mañana en mi perfil de Facebook lo que me ha
hecho ponerme a escribir sobre aquellos maravillosos tiempos.
No teníamos la alarma del móvil en la
oreja para despertarnos, sino que eran nuestros padres los que entraban y nos
levantaban a voces. No éramos nosotros los que nos manejábamos en autobús o en
metro, sino que cada mañana eran ellos los que nos llevaban al cole. Subíamos
al coche y los informativos comenzaban a sonar sin descanso, mientras a
nosotros no nos importaba y tarareábamos las sintonías. La música aún no
ocupaba un lugar esencial en nuestras vidas, no habíamos descubierto lo que era
un Ipod o unos simples cascos. A ver
a qué jugábamos en el recreo o pensar al lado de quién nos sentaríamos en el
comedor era lo más importante en nuestro día a día.
Ahora todo ha cambiado. Los fines de
semana no madrugamos para ver los dibujos animados y en cambio apuramos al
máximo para dormir. Hemos sustituido los juguetes por los móviles, por el whatsapp y por todo tipo de atontamiento
que incluya algo de tecnología. Nos hemos quitado los lazos del pelo y ahora
nuestro interés solo está en la máquina del gimnasio y en la ropa de Zara. El
mítico diario con llave en el que escribíamos de nuestros sueños y secretos más
profundos lo hemos guardado en un cajón y ahora solo tenemos que escribir un tweet.
Antes uno de nuestros mayores dolores era
una herida de una caída, pero a medida que hemos ido creciendo, las heridas se
han convertido en preocupaciones constantes. A medida que el tiempo ha pasado y
que nos han enseñado a tomar decisiones, hemos ido construyendo nuestro hoy.
Hoy somos personas, antes éramos algo que se podría llamar “proyecto de”. Hoy
somos capaces de entender todo lo que va implícito dentro de una canción, de un
libro o de una película. Hoy no tenemos mil amigos que nos invitan a sus
cumples y con los que compartimos piñata, pero tenemos a los pocos que lo son
de verdad. Hoy somos personas que sabemos mirar a nuestro alrededor y que hemos
aprendido de todos nuestros fallos. Hoy somos personas que no pueden curar una
preocupación con una tirita. Pero eso sí, hoy somos capaces de levantarnos del
suelo sin llorar.
Paz
Olivares.