Es llegar a ese lugar y las emociones nos invaden. Es llegar a ese lugar y los recuerdos llegan. Es llegar a ese lugar y una intensa felicidad se apodera de nosotros. Es llegar a ese lugar y decir adiós a las preocupaciones. Es llegar a ese lugar y poder saludar a la tranquilidad. Es llegar a ese lugar y encontrarnos en uno de los rincones más especiales del mundo.
Muchos lo hemos visto cada verano desde que éramos pequeños, y no solo nuestra generación, sino que me remonto a otras también. De hecho, uno de los recuerdos de mi infancia es imaginando mi verano en una playa idílica, llena de gente conocida y viviendo en un edificio de color azul llamado Hawai, que mejor nombre no podían haber elegido. Por supuesto, no me puedo olvidar del legendario parque, en el que podíamos pasarnos una tarde entera comiendo pipas o haciendo carreras de columpios. Las duchas del parque, de las que, cuenta la leyenda, el agua caliente no salió nunca. El túnel, el pasadizo por el que entrar y salir de la playa. El cuartito, o el escondite perfecto, donde una vez tuvimos un gato guardado durante toda una noche, creyendo que podríamos mantenerlo en secreto mucho tiempo. Y si digo algunos lugares más de este sitio, me seguiré quedando corta para describir la cantidad de cosas que hay allí, aunque aún así, lo haré. Bora bora, Voramar, "el pueblo", Samba, el súper-hamaquero, el Eurosol, el Grao, el espigón, etc, etc, etc.
Los paseos en bici, las veladas en la arena, los increíbles amaneceres, los desayunos con vistas al mar, las noches de lluvias de estrellas fugaces, las típicas carreras de ascensores, las visitas al "peluquín", las tardes de playa interminables, los partidos de volleyball. Todo esto lo tiene solo un lugar en el mundo. Y soy testigo de que cada persona que llega allí, repite experiencia. En ese rincón del Mediterráneo todo es diferente. Mucha gente no lo entenderá, pero la magia de un lugar así solo se capta cuando lo vives de verdad. Yo ahora mismo no estoy allí, porque el deber me llama en la capital, pero lo echo de menos cada mañana que no me levanto oyendo el mar o la frase "¿Vienes a la bici, Paz?".
Ya ha pasado mucho tiempo desde que empecé a ir cada mes de agosto, han pasado muchos años, muchas cosas, el parque dio paso a la piscina y nosotros nos hicimos mayores. Pero Benicassim nos sigue esperando todos los años con los brazos abiertos, dándonos la bienvenida a un nuevo verano y a unos nuevos recuerdos.
Paz Olivares.